lunes, 16 de mayo de 2011

Se puede ver brillar el sol nuevamente, merecemos disfrutar un bello amanecer...



Mi agradecimiento a Dios por la llegada a mi vida de mi ángel será siempre infinita y más infinito es el agradecimiento por su transformación en mi después de su partida…
Después de mucho tiempo volví a trabajar, fue algo temporario pero intenso en lo personal.
Por primera vez Emmi y yo nos separábamos tanto tiempo, nos veíamos poquito y nos extrañábamos muchísimo. Y quién tuvo un bebe después de perder un embarazo sabe que el momento de la separación (ya sea por trabajo, por un viaje de placer o por lo que sea) de este bebe que llega entre miedos y ansiedades, es terriblemente complejo. Es necesario para ambos pero indescriptiblemente angustiante.
Siempre lo dije, el dolor te hace más fuerte, te hace crecer y te fortalece, depende de uno querer levantarse y ver como se sigue o quedarse tirado llorando y dejándose morir.
Esta experiencia de 20 días de trabajo me mostró claramente lo que sentía mi corazón, me dejó ver en mis actos lo mucho que avance y crecí estos tres años, casi cuatro…
Después de la perdida de mi amado y esperado bebe supe que si me disponía a seguir viviendo no había ya nada que me paralizara, no habría nadie que me hiciera sentir inferior como me sentí toda mi vida ante los demás, sea quien fuera ese demás. No quiero decir que me sienta más que nadie, ni por un segundo, pero si aprendí a descubrirme tan valiosa y amada como cualquiera de los hijos de Dios. Algo tan claro para mi fe, pero imposible para mi interior donde solo yo conozco mis verdaderos miedos y fortalezas, solo yo y El Amado. Pero evidentemente eso fue pasado, fue parte de aquella Lucía que necesitaba desplomarse por completo para poder ser formada y moldeada nuevamente.
Pude en estos días dar amor y ser cordial mucho más de lo que creía que podía ser, aun cuando del otro lado no lo eran conmigo y recibir como recompensa muchas sonrisas y palabras bonitas después de mi entrega. Pude ofrecer de corazón injusticias que pasé y aún después de sufrirlas ver como el seguir adelante sin cambiar yo mi esencia y mis principios eran desvanecidas casi por completo las espinas que se me habían incrustado en el corazón, como nunca antes me había pasado, (quién me conoce solo un poco sabe lo terriblemente dura y culposa que soy conmigo si alguien me hace algo, siempre buscando en donde fallé y autocastigándome sin poder controlarlo) pero esta vez todo fue entrega. ¿Qué podía golpearme más fuerte que el saber que mi bebe nunca iba a estar en mis brazos en esta vida, como para que eso me detenga y me cambie?...
Me encontré con personas agresivas y violentas que no median si su primer palabra hacia mí era a los gritos, ni siquiera se percataban si era yo quien debía solucionar sus problemas, pero lo hacían. Y para sorpresa mía no me atrapó ni el llanto, ni se apoderó de mis rodillas ningún temblequeo incontrolable, es más, no me inmuté, no me hice cargo de los mambos ajenos ni permití que su “locura” me afectara negativamente, todo lo contrario busque ser yo quien controlaba esa situación y la mayoría de las veces lo logré más que exitosamente, teniendo como resultado satisfactorio algún: perdón, usted no tiene la culpa… ¿Qué grito o que agresión podía golpearme más fuerte que las palabras de mi doctor cuando me dijo que el corazoncito de mi bebe ya no latía?...
Conocí personas muy diferentes a mí y otras mucho más parecidas de los que se pueden imaginar, y si el diálogo nos llevaba a hablar de nuestras vidas nombré abiertamente y sin ningún temor mi maternidad diferente, conté, sin dudarlo, a cada uno de mis hijos.
Mantuve mi corazón en mi familia, mi mejor predisposición en el trabajo, sin dejar de recordar en ningún momento todo lo que viví.
Aunque parezca increíble, (por la vertiginosidad con la que transcurría la jornada) día a día fui hablándole con el corazón a mi bebe alado compartiendo con el esta transformación que había hecho el Señor en mi al hacernos vivir nuestra relación madre e hijo de un modo diferente pero pleno.
¿Me levanto y vivo dando gracias a Dios día a día por haber permitido que en mi vientre viviera algún tiempo ese bebe tan soñado? o ¿me quedo desplomada llorando su partida, secando mi vida con cada lagrima derramada, odiando, maldiciendo por la más injusta de las desgracias?
Vivo!! No hay dudas de eso, porque la Vida es un Don de Dios, un regalo precioso que no puede ser negado, El Señor me dio vida, el Señor depositó en mi vida más vida con cada uno de mis hijos, y dejó a mi cuidado la delicada vida de mi bebe, repleta de bendiciones que transformaría mi existencia completamente. Esa vida que continúa aun después de su partida.
No hay dudas, es posible ver el sol nuevamente, no hay porque temer, nuestra vida puede ser plena nuevamente si nos proponemos vivirla en honor al AMOR incondicional y eterno de nuestros hijos. Siempre nos va a faltar algo, habrá lágrimas y días nublados pero por eso no deja de ser un amor verdadero, una maternidad verdadera, una bendición en nuestras vidas que algún día será coronada con un abrazo, un beso, una mirada a los ojos y el te amo más bello!
Siempre quedará en nosotras la responsabilidad de darle a nuestros hijos el mensaje de amor más rico. Siempre nos será poco el amor que les damos, siempre esperaremos el reencuentro y siempre hasta que podamos vernos daremos gracias a la vida por haberlos tenido en nuestro vientre por más que haya pasado tan rápido todo.
Ya se acercan los cuatro años… como pasó el tiempo, cuanto he caminado, cuanto más he crecido… cuanto más seguí viviendo a pesar de que alguna vez creí que simplemente sobrevivía.
Te amo mi cielo, Mamá.